El problema de la interculturalidad surge en
el momento mismo de la colonización, cuando los europeos comienzan a imponer su
visión de mundo a los indígenas que colonizaban en Latinoamérica. De esta
forma, intentan imponer su religión, su idioma y su cultura.
Luego, esta problemática vuelve a resurgir en
el siglo pasado con la reivindicación e insurgencia de movimientos indígenas en
nuestro continente, los cuales luchan por sus derechos nuevamente, en una
sociedad totalizante que ahora los intenta exterminar, mediante otros
mecanismos. En un principio, este grupo es el que queda rezagado del “desarrollo”
impuesto por esta sociedad, viviendo la pobreza, la discriminación y la
inequidad en general. Entonces, el estado-nación neoliberal intenta imponer su
sistema hegemónico de conocimiento, a través de una comprensión mono cultural y
mono lingüística de la interculturalidad.
Entonces, esto se convierte en un problema
estructural-colonial-racial. Los autores proponen que la interculturalidad
debería estar enfocada en deconstruir las herencias colonialistas que aun
permaneces en nuestra sociedad, subyacentes en la institucionalidad y las
relaciones de dominación. Se debería buscar un dialogo entre los saberes
occidentales e indígenas, complementándose estas culturas y otras como la afro.
Lo que ha ocurrido es que los estados nación
han aprovechado la interculturalidad como una nueva arma de dominación,
imponiendo su ideología a través de la educación, entre otras instituciones. Por
ejemplo, la interculturalidad suele tratarse de los indígenas y no de los
occidentales, como si a los primeros hubiese que incluirlos a estos segundos,
con una visión eurocéntrica de la realidad. Esto, porque se asume una cultura
occidental a impartir y se dejan de lado las distintas cosmovisiones, que tienen
concepciones distintas de la espiritualidad, de la economía, de la tierra y de
la educación misma.
Los autores proponen un tipo de
interculturalidad que no sea funcional a este sistema, es decir, que no asuma la
diversidad cultural como algo que haya que reconocer e integrar a las lógicas
del estado neoliberal, sin tomar en cuenta los factores que mantienen la
dominación y la desigualdad, o sea, que responden a los intereses de las instituciones
sociales dominantes, en este caso la escuela. Esto me recuerda a la clase que
tuvimos sobre una experiencia de interculturalidad en San Pedro de Atacama, y
donde el expositor nos decía que había interculturalidad con apariencia de
inclusión, ya que la interculturalidad no era tan real e inclusiva y más bien
se instrumentalizaba para obtener recursos y, en el fondo, serle funcional al
sistema.
Una interculturalidad distinta deberían
empezar por identificar las causas del no-dialógo entre culturas, no reduciéndolo
a un asunto simplemente educacional, sino también involucrando agencias más
amplias como el Estado, la economía, la justicia, etc… Con esto me refiero a una interculturalidad crítica
con “una praxis pedagógica crítica, intercultural y de-colonial que pretende
pensar no sólo “desde” las luchas de los pueblos históricamente
subalternizados, sino también “con” sujetos, conocimientos y modos distintos de
estar, ser y vivir, dando un giro a la uninacionalidad y monoculturalidad
fundantes de la empresa educativa y su razón moderno-occidental-capitalista,
para dar centralidad, más bien, a la vida y, por ende, al trabajo aún
incompleto de la humanización y descolonización.” (Walsh, 2009). Por lo tanto,
resulta esencial que esta surja desde los mismos actores y actrices que viven
la exclusión, pero sin olvidar que la relación entre pueblos y naciones es
necesaria para la subsistencia, pero si es de manera sana.
Pequeños aspectos que comenzarían a
avanzar en este ámbito sería que las escuelas fueran acordes a las comunidades
en que existen. Esto empezaría porque los profesores fueran parte de la cultura
de la comunidad y centraran su práctica en los saberes de la cultura y
comunidad en que están insertos, haciéndola dialogar con otras, con el fin de
obtener una mayor cantidad de saberes. También el currículo debería estar
contextualizado y no ser tan estandarizado y centralizado desde el
Estado-Nación. En el fondo, se debería fomentar la valoración de la identidad
propia, en conjunto con la posibilidad de incorporar saberes de otras culturas,
por ejemplo, en el caso de los mapuches, enseñándoles desde su cultura los
valores occidentales, tan válidos como los suyos, que puedan incorporar a su
conocimiento.
En este punto me gustaría hacer un breve
crítica a los conceptos de inclusión y diversidad, o más bien una precaución,
ya que ambos conceptos pueden ser instrumentalizados por el sistema. Por
ejemplo, surge el cuestionamiento de que hacer frente a la diversidad, porque
reconocerla y respetarla no significa estar en sinergia y armonía con ella. Por
otro lado, la noción de incluir a una cultura a otra, denota cierto dominio que
termina por adaptar a unos a otros y no nutrirse mutuamente. De todas formas,
entendidos ambos conceptos de forma más amplia no tendrían por qué surgir estas
problemáticas, lamentablemente, como vemos en el ejemplo del colegio de San
Pedro, esto sucede en la realidad, y la interculturalidad inclusiva resulta ser
sólo una apariencia con otros fines detrás.
Para esta reflexión me basé en los textos:
Catherine Walsh (2009): Interculturalidad crítica y educación intercultural. Seminario “Interculturalidad y Educación Intercultural”, organizado por el Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello, La Paz, 9-11 de marzo de 2009.
Quintriqueo, S.,Quilaqueo, D., Lepe-Carrión, P., Riquelme, E., Gutiérrez, M & Peña-Cortes, F.(2014).Formación del profesorado en educación intercultural en América Latina. El caso de Chile. Revista
Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 17 (2), 201-217l.
Además me gustaría agrega un pequeño insumo, que es un video de Catherine Walsh hablando sobre la interculturalidad crítica:
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