miércoles, 21 de septiembre de 2016

FICHA: La escuela extraordinaria, capitulo 6: “De la segregación a la integración y a la inclusión, y vuelta (una repetición política)”

Fernando Zambra


La intención del autor a través del texto es la de mostrar en qué forma la política no ha conseguido asumir ni movilizar nuevas formas de pensar acerca de los niños, la diferencia, el aprendizaje y la escolarización. Esto se debe principalmente a la existencia de ajustes en el lenguaje que sugieren un enfoque más inclusivo, pero que en el fondo no cambia el “sistema de racionalidad” que sustenta el modo de concebir y operar de la escuela como institución (esto en términos Foucaultianos); se traduce la educación inclusiva en términos de un conjunto armonioso de esferas culturales que conviven armoniosamente, lo que de acuerdo al autor sólo llevaría a una comunitarización liberal que olvida la carga histórica de los antagonismos sociales y no cuestiona la arquitectura de la exclusión.

El texto hace una distinción conceptual entre lo que es la integración y la educación inclusiva. En relación a la integración, su enfoque se ocupa de regular el flujo de estudiantes diferentes: qué grupos ingresan a la escuela ordinaria, qué recursos adicionales son necesarios mantener a los estudiantes difíciles en la escuela ordinaria, y qué entornos ocuparán fuera de la educación tradicional. En cambio, la educación inclusiva sería un posicionamiento en el cuál la diferencia no sólo es natural, sino que se promueve como valor educativo y social, desplazando la teoría y práctica educativa especial tradicional y poniendo en el centro una reforma educativa y social del alumnado, el currículo, la pedagogía y la organización escolar. En este sentido, el autor plantea que las formas alternativas de educación para alumnos difíciles o perturbadores apuntan a una exclusión oculta y no oficial, y que la comprensión de estos mecanismos de exclusión es vital para poder construir una educación inclusiva en los términos descritos anteriormente.

Luego, el autor se refiere a cómo las distintas organizaciones políticas y acuerdos supranacionales han dejado de lado el concepto de integración para hablar sobre “educación inclusiva”, sin embargo al análisis que posteriormente realiza deja en claro que esto está más cerca de un giro discursivo más que una verdadera aplicación de los principios que sustentan la educación inclusiva en los términos antes mencionados. Estos acuerdos y tratados internacionales del tipo progresistas para combatir la discriminación y la exclusión de las personas discapacitadas han sido ratificados por varios países, sin embargo, muchas veces su aplicación a quedado a discreción de cada gobierno; en este sentido, la legislación antidiscriminatoria no constituye en sí misma ni de por sí una cultura de inclusión, aunque se consiga su acatamiento.

El autor da un ejemplo de esta situación a través del “caso Purvis”, que corresponde a un niño australiano en silla de ruedas que fue constantemente discriminado por su condición, tanto al momento de su ingreso a la escuela, a través de la mediación de los organismos gubernamentales e internacionales pertinentes, como una vez dentro de ella (gracias a la mediación judicial nuevamente). A través de este ejemplo el autor da cuenta de la complejidad y de los considerables costos emocionales y económicos que conlleva el poner a prueba el espíritu y la organización de la sociedad a través de procesos judiciales; mientras que “la victoria” implica el ingreso a una institución que no acepta con mucho agrado al alumno “diferente”.

Finalmente el autor se refiere al lenguaje y la inclusión tras la Declaración de Salamanca y el Marco de Acción para las Necesidades Educativas Especiales como una nueva fuente de contorsionismo lingüístico y político que reducen la “inclusión plena” a una participación parcial de los niños con discapacidad; así como da pie al surgimiento de una “inclusión inversa” que no es más un compromiso superficial y débil con la inclusión al poner a niños “normales” en un contexto educativo para niños con discapacidad, poniendo énfasis sobre la tolerancia y no cuestiona las relaciones de poder de las que procede, la violencia estructural del “discapacitadismo” ni el modo en que determinados tipos de conocimientos o sistemas de racionalidad implantan la injusticia como orden natural. Así, el autor señala que la declaración hace una proclamación del derecho fundamental a la eduación, pasando por alto las reformas necesarias para hacer la escuela tradicional una escuela inclusiva.

A modo personal, creo que el texto hace un análisis bastante lúcido de cómo es posible hacer reformas y cambios aparentes a través de la retórica y el lenguaje, sin cambiar “la arquitectura de la exclusión” tal como plantea el autor. En este sentido, es valioso el análisis que entrega en la medida de que a la luz de este es posible dar cuenta de que es necesario mucho más que una declaración de buenas intenciones para lograr una educación verdaderamente inclusiva, y esto probablemente sea indisociable de un cambio social y cultural que logre superar la lógica neoliberal de la educación (y de la sociedad) que vivimos hoy.

Citas:

“La educación inclusiva requiere que busquemos formas de entender la exclusión desde las perspectivas de quienes son devaluados y convertidos en marginales o excedentes por la cultura dominante de la escuela ordinaria” (Slee, 2012, p.161)

“Lo beneficiarios de la inclusión no son sólo las personas a las que hayamos consedierado dignas de ingresaar en la escuela. La educación inclusiva, que rechaza la lástima y la caridad, nos hace a todos más cultos socialmente y nos enseña que la injusticia no es una característica de las leyes de la naturaleza. La injusticia y la exclusión se construyen y sostienen por las elecciones que hacen personas con poder” (Slee, 2012, p.164)

Bibliografía



Slee, R. (2012). De la segregación a la integración y a la inclusión, y vuelta (una repetición política) La escuela extraordinaria. Exclusión, escolarización y educación inclusiva. Ediciones Morata.

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